El día que sufri aquel "Stendhal"
El síndrome de Stendhal se nos revela como un exceso de sensibilidad ante la contemplación de tanta belleza junta. Personalmente he tenido ocasión de percibirlo precisamente en Florencia, en el interior de la Basílica della Santa Croce, pero ignoraba que fuese tan romántica y sublime la causa de mi desasosiego.
Sinceramente pensé que las carreras detrás de los guías, lo inoportuno de la hora, no haber comido hacia varias horas, el cambio brusco de temperatura pasando de un calor ardiente fuera a un frió sepulcral en el interior de la Basílica sumado a mira hacia arriba, mira hacia abajo y gira tu cuello hacia todas partes. Habían terminado produciéndome vértigo, taquicardias y una desazón inexplicable.
Creo que cuando vuelva a Florencia, prestaré más atención a todos esos sintomas que produce el autentico Sindrome de Stendhal en los afectados del amor al arte y la belleza. Yo en aquel entonces solo era una novata. Pero ahora soy una escéptica al pensar que esos síntomas se producen más por cuestiones fisiológicas y por todo el ajetreo, los cambios bruscos de temperatura, las cervicales forzadas al máximo…En fin, ustedes me dirán.
Pues este era mi comentario en Redes para la Ciencia, ya se que iba un poco contracorriente porque la gente piensa que si no padeces ese éxtasis paroxistico al estilo de Santa Teresa de Jesús cuando contemplas una obra de arte, pues eres un trozo de carne con una increible falta de sensibilidad . Pues bien, yo sensibilidad tengo, pero a pesar de mis varias experiencias que algunos podían etiquetar como tipo "Stendhal" sigo sin aceptar la idea de su existencia.
En otra ocasión en que también note de forma abrumadora toda esa parafernalia de síntomas fue en la opera, en vivo y en directo. Cuando la luz se difumino, se hizo el silencio, y la orquesta comenzó con sus primeros acordes recuerdo que un escalofrió sutil recorrió mi columna y se evidencio en el vello de todo mi cuerpo, que se erizo ante semejante sensación musical en forma de caricia.
Recuerdo como deje de percibir a las personas que estaban a mi alrededor, incluso de sentir la música a través de mis oídos en aquel instante mágico tenía la sensación de que sonaba dentro de mi, cercano a la zona del corazón. Era casi como si mi caja torácica hubiese dejado de respirar y solo vibrara al compás de los acordes musicales. Y es que toda mi persona había dejado de existir físicamente para convertirse en una sola esencia con la melodía.
Por supuesto que fueron sensaciones pasajeras que se tornaron incomodas hasta revolverse en desasosiego y taquicardia, quedando al final de la noche en un inexplicable cansancio y un tintineante dolor de cabeza. Si me hubiese cruzado con el doctor del señor Stendhal me hubiesen diagnosticado "embriaguez por exceso musical de sublime belleza". Pero si me preguntaran mi opinión volvería a decir que dicho síndrome no existe mas que en la imaginación de algunas personas.
Que todo ese cumulo de exageraciones perceptivas procedían de una sobrecarga de mis sistemas sensoriales, de mis nervios, de mi emoción previa ante el concierto, y sobre todo de aquella sobreestimulación sensorial que llega a agotar tu cerebro hasta hacerle incapaz de procesar la información lucidamente.
Y es que ponerle una etiqueta diagnostica a ese cúmulo de sensaciones sigue sin convencerme de que tal síndrome exista.
Sinceramente pensé que las carreras detrás de los guías, lo inoportuno de la hora, no haber comido hacia varias horas, el cambio brusco de temperatura pasando de un calor ardiente fuera a un frió sepulcral en el interior de la Basílica sumado a mira hacia arriba, mira hacia abajo y gira tu cuello hacia todas partes. Habían terminado produciéndome vértigo, taquicardias y una desazón inexplicable.
Creo que cuando vuelva a Florencia, prestaré más atención a todos esos sintomas que produce el autentico Sindrome de Stendhal en los afectados del amor al arte y la belleza. Yo en aquel entonces solo era una novata. Pero ahora soy una escéptica al pensar que esos síntomas se producen más por cuestiones fisiológicas y por todo el ajetreo, los cambios bruscos de temperatura, las cervicales forzadas al máximo…En fin, ustedes me dirán.
Pues este era mi comentario en Redes para la Ciencia, ya se que iba un poco contracorriente porque la gente piensa que si no padeces ese éxtasis paroxistico al estilo de Santa Teresa de Jesús cuando contemplas una obra de arte, pues eres un trozo de carne con una increible falta de sensibilidad . Pues bien, yo sensibilidad tengo, pero a pesar de mis varias experiencias que algunos podían etiquetar como tipo "Stendhal" sigo sin aceptar la idea de su existencia.
En otra ocasión en que también note de forma abrumadora toda esa parafernalia de síntomas fue en la opera, en vivo y en directo. Cuando la luz se difumino, se hizo el silencio, y la orquesta comenzó con sus primeros acordes recuerdo que un escalofrió sutil recorrió mi columna y se evidencio en el vello de todo mi cuerpo, que se erizo ante semejante sensación musical en forma de caricia.
Recuerdo como deje de percibir a las personas que estaban a mi alrededor, incluso de sentir la música a través de mis oídos en aquel instante mágico tenía la sensación de que sonaba dentro de mi, cercano a la zona del corazón. Era casi como si mi caja torácica hubiese dejado de respirar y solo vibrara al compás de los acordes musicales. Y es que toda mi persona había dejado de existir físicamente para convertirse en una sola esencia con la melodía.
Por supuesto que fueron sensaciones pasajeras que se tornaron incomodas hasta revolverse en desasosiego y taquicardia, quedando al final de la noche en un inexplicable cansancio y un tintineante dolor de cabeza. Si me hubiese cruzado con el doctor del señor Stendhal me hubiesen diagnosticado "embriaguez por exceso musical de sublime belleza". Pero si me preguntaran mi opinión volvería a decir que dicho síndrome no existe mas que en la imaginación de algunas personas.
Que todo ese cumulo de exageraciones perceptivas procedían de una sobrecarga de mis sistemas sensoriales, de mis nervios, de mi emoción previa ante el concierto, y sobre todo de aquella sobreestimulación sensorial que llega a agotar tu cerebro hasta hacerle incapaz de procesar la información lucidamente.
Y es que ponerle una etiqueta diagnostica a ese cúmulo de sensaciones sigue sin convencerme de que tal síndrome exista.