“Nuestro cuerpo filtra la realidad
y nuestra mente le da sentido”
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Si lo que vemos no existe como tal, y gran parte de lo que realmente existe ni siquiera somos capaces de verlo, a veces me pregunto en qué punto de la realidad nos movemos los humanos.
Resulta que la realidad que creemos conocer no es tan “real” como pensábamos, porque siempre está mediada por múltiples filtros: nuestros sentidos, nuestras experiencias previas, nuestras expectativas y nuestra mente misma.
No es fácil, entonces, distinguir dónde termina lo que es y dónde comienza lo que creemos que es. Incluso si pudiéramos observar el mundo sin ideas preconcebidas, seguiríamos limitados por la biología de nuestros sentidos y por los procesos mentales que moldean nuestra percepción.
El mundo en realidad está hecho de vibraciones —que traducimos en sonidos, ruido, música o palabras— y de ondas electromagnéticas, que convertimos en imágenes y colores. Nuestros sentidos captan esas señales, las envían al cerebro, y este las organiza para darles sentido.
Pensemos en un ejemplo concreto: un atardecer en la playa, como el que fotografíe en Rincón de la Victoria. Vemos cielos naranjas, rojizos, malvas… cálidos, otoñales y hermosos. Pero en términos físicos, esa realidad no es más que ondas de luz de distintas longitudes que nuestro cerebro procesa y traduce en colores.
Si fuésemos otra especie animal, nuestra percepción del mismo atardecer podría ser de un mundo completamente diferente: nuevos colores, intensidades y matices que para nosotros son invisibles.
La realidad que experimentamos no es universal, sino una construcción única de nuestros sentidos y nuestra mente humana.

Playa de Rincón de la Victoria (Málaga) en un atardecer cualquiera




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