El río interior: reflexión sobre el fluir de la vida


“Río que fluye, 
aunque parece quieto 
ya está cambiando”


La vida es como un río que nunca se detiene: todo cambia, todo fluye, incluso cuando creemos estar quietos. Los días pasan con una suavidad casi imperceptible, las estaciones se suceden con su propio ritmo, y las personas aparecen y se marchan dejando huellas, ondas en la superficie de nuestra historia. Nada permanece inmóvil; incluso lo que parece fijo está transformándose lentamente bajo la corriente del tiempo. 


Y, sin embargo, en medio de ese movimiento incesante existe un punto de quietud, un centro que da sentido a todo lo que ocurre: nuestra conciencia. Es esa capacidad de observarnos, de recordar, de interpretar lo vivido y darle un lugar en nuestra propia narrativa. Sin ese “ojo que mira”, sin esa presencia interior que hace de testigo, la vida sería solo un continuo desplazamiento, un torrente sin significado ni dirección. 


Cada sueño, cada amanecer, cada experiencia que guardamos en la memoria actúa como un ancla que nos permite comprender el fluir del río. Los sueños son como pequeñas estancias en la orilla, espacios donde nuestra mente reorganiza lo vivido, donde las aguas turbias se sedimentan y vuelven a aclararse. Incluso la muerte —ese misterio que tememos y reverenciamos— puede verse como una pausa profunda del río, un remanso silencioso antes de que la corriente continúe en otra forma, en otro cauce, en otra dimensión que tal vez no alcanzamos a comprender. 


La vida se mueve, y nosotros nos movemos con ella. A través de nuestras emociones, decisiones y aprendizajes, vamos modelando la forma en que recorremos el cauce. A veces navegamos con serenidad; otras, enfrentamos rápidos que nos sacuden y transforman. Y aun así, en cada tramo encontramos oportunidades para crecer, para suavizar nuestras orillas, para conocernos mejor. 


Es esa combinación —la corriente de la existencia y nuestra capacidad de sentirla, entenderla y transformarla— la que nos permite no solo avanzar, sino también disfrutar de cada instante. Incluso de los finales, porque cada despedida, cada cierre, cada etapa que culmina es parte esencial del viaje. Son los cambios los que dan forma a la corriente; son los finales los que permiten nuevos comienzos. 


Y así seguimos, como un río: siempre moviéndonos, siempre aprendiendo, siempre fluyendo hacia adelante, hacia un océano que tal vez aún no podemos imaginar.



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