El Paraíso del scroll infinito




Vivimos en el paraíso prometido. Todo cabe en una pantalla: la amistad, el amor, la información y el entretenimiento. No necesitamos salir, ni buscar, ni esperar. Solo deslizar el dedo. El scroll se ha convertido en el nuevo rosario: repetimos el gesto sin pensar, buscando un alivio que no llega. 


Las redes han sustituido el silencio por ruido y la pausa por movimiento continuo. Cada imagen nos da una pequeña dosis de dopamina: el nuevo soma digital. Así como en la novela de Aldous Huxley, “Un mundo feliz”, nadie sufría porque el Estado repartía su droga de la felicidad, hoy no sufrimos porque tenemos contenido infinito. 


Pero, igual que el soma anulaba la conciencia, el scroll perpetuo anula la experiencia real. Ya no vivimos los momentos: los grabamos, los publicamos, los deslizamos. Nos creemos libres porque elegimos qué ver, pero el algoritmo mucho antes ya ha decidido por nosotros. 


Por eso quizás el verdadero acto de rebeldía no sea desconectarse, sino detenerse. Dejar de deslizar. Recuperar el ritmo natural de la vida, que no es infinito ni inmediato, sino imperfecto, lento y humano. 


En este paraíso digital, el infierno es no tener tiempo ni espacio para sentir. Quizás ahora el botón más revolucionario sea el de “cerrar aplicación”. 








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