Hoy tengo la llave del mundo.





Hace unos días que a mi retiro romano llego una misiva anunciando que durante todo el día de hoy me hacen depositaria de la mágica Llave del Mundo, esa llave que son las palabras, esas palabras que en el origen de los tiempos surgieron como el Verbo, esas palabras que humildemente sugerimos de vez en cuando los custodios, esos custodios que decidimos participar y ya alcanzamos la cifra de 300.

Y es que la Llave del Mundo (LLdM) es un proyecto online que nos deleita con el descubrimiento de nuevas palabras del idioma español. Un inmenso mapa léxico lleno de términos curiosos, mágicos, extraños o nostalgicos que traemos a nuestras vidas. Porque según sus creadores "en la Llave del Mundo tienen cabida todas las palabras que por su belleza, rareza, grafía, sonoridad, interés o carga emotiva merecen un hueco en el proyecto".



La palabra con la que participo en esta ocasión es "SELLO" pero no vayáis a creer que el tema va por los derroteros de la filatelia. Así que no penséis ni en cartas ni sellos postales. Tampoco la propuse para hablar del origen histórico del término sello, del latín "sigilium". Ni del origen histórico del sello en si mismo que se pierde en la tiniebla de nuestros orígenes  cuando los primeros humanos se sintieron fascinados por aquellas piedras con muescas y hendiduras que se impregnaban en sangre o tinturas ocres y al ponerse sobre otras superficies planas marcaban hasta el infinito el mismo motivo.

Y es que en las culturas neolíticas ya existían los "sellos de arcilla" para precintar y contabilizar los envases que contenian grano y otros productos agrícolas.  Y así desde el año 7.000 a.C. este uso contable, fiscal y comercial fue haciendo que rulasen por todo el mundo desde de las sugestivas tierras de Mesopotamia hasta las enigmáticas riberas del Egipto temprano. 



Pensad que estos rústicos y primigenios sellos podrían considerarse el origen la escritura, los ancestros de las tablillas y sus textos cuneiformes. Así que pensad en ellos como algo muy importante en nuestras vidas, porque quizás sin ellos nunca hubiera surgido la escritura y en este momento no podríamos comunicarnos, ni hubiesemos llegado tan lejos.

Tampoco era para hablar del mágico Sello de Salomon (el Khatam Suleiman para los musulmanes y Jatam Sholomo para los judios). Y la verdad es que estuve tentada de hablar sobre el, ya que en diferentes textos, en especial el "Talmud de Babilonia", se difundio la leyenda de que el biblico rey Salomón poseía un anillo de propiedades mágicas mediante el cual podía controlar a los demonios o hablar con los animales. Dicha joya tenía grabado el símbolo del hexagrama, al que se le añadía el nombre secreto de Dios. Ya sabeís, la que en nuestro tiempo conocemos como "Magen David" o "Estrella de David".


Ni siquiera pensé en hablar de sellos refiriéndome a la ingeniería  si, esos elementos destinados a evitar fugas de gases o liquidos contenidos en cavidades. ¿O acaso no os acordáis ya de como se sellaban los interiores de las piramides con arena?

La verdad es que cuando propuse la palabra "SELLO" fue desde el marco de la nostalgia de mi infancia. Era una palabra que me hacia reir cuando mi abuela Faustina me contaba que cuando ella era niña le hacian tomar unos sellos enormes que la hacian atragantarse.


Y es que en el campo de la farmacia existen los sellos para tomar determinados medicamentos. En la actualidad usamos muchas pastillas, capsulas y comprimidos...pero nadie se acuerda ya de aquellos sellos. 

Por eso mi entrada de hoy va dedicada a mi abuela, una gran mujer muy por delante de su época, inteligente, tenaz y valerosa a la que quise desde que nací.  Ella ya tenia 60 años en aquellas fechas y vivió durante 93 años, y aunque crecí lejos de ella y de mis orígenes y solo la podía ver durante los veranos la quise y la sigo queriendo mucho. La tengo presente en mis pensamientos, como un alma gemela, con la que mantuve una complicidad fuera del espacio y el tiempo.





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