La silla



Cuentan que en Huerta del Rey, donde los nombres suenan a misa antigua y a santoral, apareció una vez una silla que no era de nadie. Era de madera y enea, con las patas tan torcidas como las de Clodoveo, el alguacil y tan vieja que hasta la seña Quiteria decía que le daba reparo sentarse en ella no fuera a tragársela y arrastrarla hasta el más allá.


Nadie se acordaba ya de dónde había salido, hasta que Burgundófora, la centenaria del lugar, les recordó que fue del sustanciero, aquel hombre enjuto que recorría los pueblos con su carromato desvencijado y una silla atada en lo alto que voceaba con voz de feria:


—¡Sustancierooo! ¡Una perra gorda por mojar la pata en el caldo!


Llevaba un hueso pelado de jamón, atado a una cuerda y más chupado que la economía de la Emerenciana. Paraba en cada casa donde el guiso olía a “pobre pero sabroso”, y la silla era su trono. Allí se sentaba a esperar mientras los críos se arremolinaban en torno a él y Eufrasio, con la boina calada hasta los ojos, buceaba entre piernas y alpargatas.


Una vez, Plautila le dejó entrar a la cocina. “Pon el hueso, que hoy el potaje está triste”, le dijo. El sustanciero mojó la pata de jamón en el caldo, removió con parsimonia, casi con aire sagrado y le guiñó un ojo a la señora.


—Ya canta el puchero, señora.


Y así, plato a plato, risa a risa, el hombre siguió su ruta hasta desaparecer en la niebla de un otoño cualquiera. Pero la silla se quedó.


Hoy reposa en la Casa del Pueblo, junto al brasero, y nadie se atreve a moverla. La verdad es que muy habladora no ha salido, pero dicen las ancianas del lugar  que en las noches de luna llena al pasar el viento entre las ramas de los árboles susurra:


—¡Sustancierooo! 


Y que al día siguiente si te sientas en ella, el guiso te sale requetesabroso y con sustancia, aunque el agua no tenga ni cebolla.


The end




Con este relato de ficción participo en la Convocatoria de los Relatos de los Jueves, cuya anfitriona es Marifelita, que nos ha propuesto “La silla narradora” que no solo puede hablar si no que también cuenta con otras habilidades. Toda la información podéis encontrarla clicando sobre la imagen anterior.


Y para quien tenga curiosidad sobre si lo que cuento sucedía en la realidad, decirles que si, que después de la guerra civil española existieron los sustancieros, un oficio de subsistencia. La precariedad en muchos hogares no permitía darle un poquito de color a los caldos, preparados únicamente con agua y mondas de patata, o hierbas silvestres del monte; y señores como Eufrasio iban de casa en casa dándole sustancia al guiso por una perra gorda los quince minutos.


Y sobre el pueblo y los nombres raros de sus habitantes, también son reales porque esa villa de Burgos existe y se hizo famosa por aparecer en el libro Guinness de los Récords al tener este tipo de nombres. Si tenéis curiosidad por conocer más podéis clicar la siguiente imagen.






Comentarios

  1. Genial, sabes me has recordado a la historia que he oído contar a mi padre muchas veces de la mili y la pata del jamón jjjj para hacer el caldo y dar sustancia al guiso.
    Muy buena tu historia.
    Besitos y muy feliz semana 😘😘

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  2. Emilia, I really like your story "Chair". Thank you very much!

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